Pues mira qué bien por ella, diréis. Pues sí. Muy bien por ella y muy bien por mí, que gracias a eso me ha surgido una idea para mi post de hoy.
El premio que recoge nuestra Mo conlleva como penitencia contar siete cosas sobre uno mismo y, en el punto 5, cuenta que vivió cerca de una década en una casa encantada.
Pues yo también.
No fue cerca de una década, fue sólo media pero me bastó para, por lo menos, sospechar que ese piso estaba encantado. No es que sea una persona extremadamente supersticiosa ni que me pase la vida buscando fenómenos paranormales donde no los hay pero cuando pasan cosas raras, pasan. Os lo cuento y a ver qué opináis.
Se trataba de un piso en la Sierra de Guadarrama. Lo raro de todo este asunto es que los fenómenos no comenzaron a manifestarse hasta que yo estuve viviendo sola en esa casa, que fue aproximadamente el último año. Los primeros cuatro años había estado o con pareja o con compañeros de piso y todo normal pero fue quedarme sola y empezaron a pasar cosas cada vez más evidentes, como si el fantasma fuese tímido y le costase romper el hielo.
El primero en percatarse fue Luhay (no, no digo El Gordi). Cada día me convenzo más de que los animales tienen una intuición especial para estos menesteres y ven cosas que nosotros no vemos. Dos por tres estaba yo en el salón y el gato se iba al pasillo y, de repente, volvía muerto de miedo, todo inflado, sin causa aparente.
Hubo un día en concreto en que lo vi en plena acción. Se quedó en un punto muy específico del pasillo, muy quieto, mirando algo (no sé qué y no sé si quiero saberlo), infladísimo y no podías intentar ni moverlo porque, del susto que tenía, hasta te bufaba. Estuvo así cerca de diez minutos y, de repente, se le pasó y se quedó tan normal. Como la niña de Poltergeist. Porque los gatos no hablan que, si no, me hubiese dicho el consabido “Ya están aquíiiiii”. Varias veces le pillé mirando ese punto determinado del pasillo. A saber.
Posteriormente ya fui yo la que fue notando cosas. Al principio era sólo como una sensación de desasosiego, como de sentirme vigilada sin motivo pero lo achaqué a que el gato me tenía sugestionada, así que no le di mayor importancia.
Hasta que pasó la primera cosa rara: ¿Sabéis las placas estas de metal que se ponen debajo de los muebles de la cocina para que no se vean las patas? (deben tener un nombre técnico pero ya sabéis que yo para estas cosas soy muy desastre y todo es "la cosa", "el chisme", "el invento", "el artilugio" o "el cachivache") Mis gatitos tenían la manía de sacarlas por lo que la puerta de la cocina siempre estaba cerrada. Un día voy, abro la puerta de la cocina y me encuentro las dos placas en todo el medio de la estancia. Por aquella época yo ya estaba saliendo con el churri (aunque todavía no vivíamos juntos). Ese día estaba él en mi casa e intentó vanamente convencerme de que seguro que se me había quedado abierta la puerta, el Gordi había sacado las placas y, al cerrar la puerta, yo no lo había visto. Imposible, era una cocina diminuta. No hay manera de no ver dos placas de metal en mitad de la habitación. Una vez que ya estábamos viviendo juntos me confesó que él tampoco lo entendía, que sabía perfectamente que la puerta había estado cerrada en todo momento pero que no me quiso asustar.
La segunda cosa rara que pasó, cuando ya faltaba poco para que yo me mudase, sucedió un día que también estaba el churri en mi casa (ahora que lo pienso, el churri casi siempre estaba en mi casa cuando me pasaban estas cosas, a ver si va a ser que es una especie de médium o algo así). Estábamos en el salón y de repente el churri me dice que se va ya a su casa, que tiene un viaje largo hasta Madrid y que mañana hay que madrugar. Le digo que vale y voy a buscar su mochila al dormitorio. Voy a abrir la puerta del dormitorio y… no abre. Le vuelvo a dar y no, no abre. Era una puerta de estas que se cierran por dentro empujando el pomo y girándolo hacia el marco. El cierre se había echado por dentro. Solo. Tuvimos que abrir metiendo un clip por el agujerito que está pensado para tal fin con un poco de paciencia (y un acojone mayúsculo por mi parte, todo hay que decirlo). El churri nuevamente me salió con mil excusas: que si le habría dado yo sin querer al cerrar la puerta (¿cómo narices se hace para empujar un pomo y girarlo “sin querer”?) y no sé cuántas cosas más. Una vez más, también me admitió años más tarde que tampoco se lo explica. Milagrosamente, aquella noche conseguí dormir. Sola y en ese dormitorio que se cerraba por su cuenta.
Cuando ya estaba yo preparando la mudanza sucedió la última cosa rara de la que tengo constancia, aunque esto le pasó al churri y yo no lo vi. Se disponía él a desmontar una lámpara de techo subido a una escalera y, antes de subir, dejó el destornillador con el mango apuntando hacia él. Dice estar seguro de haberlo dejado así a propósito para no tener que estar haciendo contorsiones raras sobre la escalera. Pues bien, se sube a la escalera, quita la bombilla de la lámpara y, cuando baja la mirada para coger el destornillador, éste estaba mirando justo hacia el lado contrario.
Tengo que decir que, realmente, nunca me pasó nada malo en ese piso. Solamente pasaban cosas raras. No me aventuraría a decir que estaba encantado. Ni siquiera sé si realmente existen las casas encantadas pero sí sé que, a día de hoy, no le encontrado una sola explicación racional a nada de todo aquello. ¿Se la encontráis vosotros o mando la historia a Cuarto Milenio?