Hoy me enrollo poquito porque solamente vengo para
informaros del final de temporada.
Este cuerpito serrano se retira a descansar un par de
semanitas. Probablemente tarde unas tres semanas en volver por estos lares
porque entre que vuelvo, me pongo al día, me sacudo la pereza, las telarañas,
retomo el ritmillo cotidiano y etcétera, prefiero dejar la fecha un poco
abierta para no estar luego con los posts respirándome en la nuca, viendo que
se acerca el día de reapertura y yo sin nada preparado y ya tenemos stress y
drama griego y a la porra el descanso vacacional que, dicho sea de paso, no sé
si va a ser tanto descanso porque no veáis la carrera de obstáculos que voy a
tener que montar a lo ancho y largo de la geografía nacional (no, este año no
trasciendo fronteras).
No, nada de programar fecha de vuelta. Yo prometo que
volveré, pero volveré a mi ritmo. De vez en cuando tengo que sacar a relucir
mis genes latinos y hacer las cosas de una forma un poco más espontánea, sin
agobios; dejando que la vida fluya sin más.
Espero que, los que os vayáis durante mi ausencia, tengáis
también muy felices vacaciones y que los que volváis, vengáis descansaditos y
con ganas de aguantarme, porque espero tener muchas cosas que contar, aunque probablemente alguna chorrada suelte por las redes sociales, que esta vez aprovecharé que no tengo que tirar de roaming. Muchos besos para todos y portaos como buenamente podáis.
Vemos un coche que va por una carretera, camino de una
estación de servicio. La escena no tendría nada de particular si no fuera
porque en la parte trasera lleva una enorme ancla rosa de neón que hace que el
vehículo parezca el anuncio móvil de un club de carretera. Para colmo, el ancla
va rozando el asfalto, produciendo un chirrido insoportable.
En la estación de servicio, aparece una bolita de neón verde
con ojos que flota en el aire (me recuerda un poco a Eva, la de Wall-E) y,
dirigiéndose al conductor, le informa que ciertos carburantes atascan el motor,
haciendo que sientas como si arrastrases un ancla. A la voz de “Fuera”, le mete
un tute al ancla rosa del coche-lupanar y le recomienda otro carburante, que
tiene forma de un montón de pirañas verdes también de neón. Pirañas que, según
nos dice la bolita parlante, se comen la suciedad. Ya no sé si estamos hablando
de un carburante o de un jabón en polvo. Gracias a las pirañas verdes
devoradoras de suciedad, el conductor podrá disfrutar de 56 kilómetros más. La
bolita se lo demuestra iluminando la carretera como una barraca de feria.
Y la cosa termina más o menos por ahí. No es que sea muy
largo pero ha sido suficiente para que mi cabeza se monte la película de rigor.
Esta vez, quien lo vio primero fue el churri, quien me dijo que le había
parecido chulísimo. No sé qué entiende el churri por “chulísimo” pero yo no
puedo dejar de pensar en que ese conductor tiene que ir hasta arriba de alguna
sustancia ilegal porque, si no, no me lo explico. No me entra en la cabeza cómo
puede ir por la carretera en ese estado, viendo anclas rosas y pirañas verdes
mientras una bolita luminosa le señala el camino, cual espíritu guía de los
pieles rojas. Como se cruce con la benemérita se le va a quitar rápido la
tontería y, si no, al tiempo. Ya me contaréis cómo les explica que iba a toda
pastilla por la carretera simplemente porque una bola le dijo que ahora podía
recorrer 56 kilómetros más con total tranquilidad porque lleva las entrañas del
coche plagadas de pirañas que se están comiendo toda la porquería de su motor,
no como el ancla rosa que llevaba antes, que no hacía más que ralentizarlo. De
escuchar esa historia a que el guardia civil le diga “sople usted aquí”, hay un
paso. A ver cómo le convence de que va sobrio “No agente, de verdad le digo que llevaba un
ancla rosa. ¿No escuchaba usted el ruido rechinante? Menos mal que esta bolita
tan simpática me ha ayudado con mi viaje. ¿Ve usted la bolita, agente? No me
diga que no la ve. Por cierto, ¿siempre ha tenido esa bola morada con cadena en
el coche? Debería hacerse usted también con unas cuantas pirañas. Hable con la
bolita, ella le explicará”.
Luego terminará saliendo en Tú Tubo y se sorprenderá.
Hoy vengo con una anécdota donde, en realidad, no fui
protagonista, pero como me gusta ver sufrir a la bruja, la cuento para que os
divirtáis viendo cómo sudó la gota gorda.
El otro día sonó el timbre de casa. La bruja atendió el telefonillo
y le dijeron que era de la luz. Como es así de pava, abrió la puerta (porque
preguntaron por su nombre directamente, dice).
La mujer que vino se puso a contar una historia muy rara, de
que en julio iban a cambiar las facturas de “Gas Artificial-Penosa” y que iban
a empezar la facturación por horas, a pesar de que en el edificio de la bruja
aún no tienen los contadores “moennos” y que habían puesto una denuncia para
que se volviera a la facturación antigua, y que su obligación era informar a
los vecinos porque, si no estaban de acuerdo, tenían que tramitar con ella (que
era de “Hispatrola”) un cambio de tarifa o algo así. Hablaba tanto que no se le
entendía nada.
La conversación, que no tiene desperdicio fue más o menos
así (la bruja en rosa y la chica “Hispatrola” en azul):
- No me puedo cambiar de compañía porque el piso es
alquilado.
- Pero tú eres la titular.
- Sí, pero cuando me vaya no le voy a decir al hombre que he
cambiado la compañía del gas y la luz por mi cara bonita.
- No quiero que te cambies de compañía.
- ¿Y entonces qué le importa a “Hispatrola” lo que yo le
pague a “Gas Artificial-Penosa”?
- No. Es que la comercializadora que te cobra las facturas
está en Barcelona. Entonces te sale más caro.
- ¿Por qué? ¿El IVA es más caro en Cataluña?
- Para que te puedas acoger tienes que tener la tarifa
“nimeacuerdo”. ¿Cuál tienes tú?
- No sé.
- ¿No tienes una factura?
- No. Las tiene todas mi pareja. Yo es que soy un poco
lerda. Mira, dame un teléfono y ya te llamo con lo que sea.
La bruja no tenía la más mínima intención de llamar, pero es
muy felina cuando quiere. La tengo bien enseñada.
La chica “Hispatrola” le da el número pero le dice:
- Tendrías que decirme hoy si estás conforme con la subida o
si vas a cambiarte (todavía no sabemos qué era lo que quería cambiar esta
mujer. Suponemos que la comercializadora, que sería de Madrid; muchísimo más
barata) porque si no después ya no tienes derecho a reclamar. Así que llámame
hoy con lo que sea, porque así no tenemos que volver a llamar a todos los
telefonillos.
La bruja dijo que valía mientras cerraba la puerta pensando,
por un lado, que si tenía que llamar a todos los telefonillos, que se
fastidiara, que para eso era su trabajo y, por otro, que por qué no iba a poder
reclamar después, habiendo cuatro años fiscales para reclamar una factura. Pero
como le había dicho que era lerda, no quiso salirse del papel.
Desde que tengo memoria (y tengo mucha, que otra cosa no
seré pero, memoriosa, un rato largo) vengo viendo en los espejos retrovisores
de los coches la famosa frasecita que dice “Los objetos en el espejo pueden
estar más cerca de lo que parecen”.
Debe de hacer unas tres décadas que vengo viendo eso. Y me
pregunto yo si será muy difícil corregir ese defectillo o si ya les ha molado
imprimir la frase, cual marca registrada. A lo mejor no es ni una cosa ni la
otra, sino que les divierte imaginarse a los pobres conductores intentando
adivinar cuál es la distancia verdadera a la que están los objetos en cuestión.
Para mí que es eso, que llevan años riéndose a costa de los automovilistas,
porque me resisto a creer que en un mundo donde ya hemos conquistado el espacio
y tenemos vasos desechables no seamos capaces de fabricar un espejo en
condiciones.
Tal vez se podría hacer toda una industria de esto. Espejos
donde las cosas no son lo que parecen. Podría haberlos halagadores, en plan “La
cantidad de estrías detectadas puede no corresponderse con la realidad” o bien
“La calidad de este espejo puede no ser suficiente para captar todo su
esplendor”, o cabronzuelos, como “Es posible que usted tenga más granos de los
que ve” o bien “Piénselo dos veces antes de salir así a la calle porque tal vez
ese vestido sí la haga gorda”. Vamos, que hasta podrían montarse atracciones de
espejos, de aquellas de feria, desde donde una podría salir con la moral por
las nubes e inflada como un pavo o completamente deprimida y al borde del
suicidio. Sería como, cuando al ir al cine, decidimos si queremos comedia para
olvidar los problemas, o drama para hincharnos a llorar. Yo creo que voy a
patentar la idea. No me la robéis, ¿eh?, que a ver si vais a daros cuenta de la
tremenda idea de negocio que es ésta y un día voy a ver cómo os volvéis
millonarios y voy a lamentar mi suerte por haber ventilado mi idea en público
tan alegremente. Confío en vuestra lealtad, igual que lo hice al compartir con
vosotros la idea de los jelly beans de sabores autóctonos. Sí, ya sé que al final no seguí adelante con mi
empresa pero nunca se sabe si en algún momento tendré que tirar de esa idea
como plan B, si lo de los espejos no llegase a funcionar (cosa que dudo, la
verdad, porque es una ideaza; no me lo negaréis).
No obstante, como yo soy muy vaga para estar pintando
cristales de negro, si hay por ahí algún interesado en venir a dar el callo
pintando mientras yo me dedico a la parte creativa, puede hacérmelo saber
mediante un comentario en este post. Ofrezco un 10% de las ganancias. No, no es
poco. Yo soy la ideóloga y la artista.
Además, un 10% de muchísimo es… ¿algo menos de “m”? Yo que
vosotros me lo pensaría.
A estos creo que les doy caña todos los veranos. Ya me están
empezando a dar penita. Ah, no, no era penita, eran ganas de estornudar.
Pues nada, a por ellos. Vemos un dedo esquelético tocando un
timbre. La puerta se abre y, desde el interior de la casa, vemos dos mosquitos
tamaño gigante (o sea, que no era una mano esquelética sino una pata de vil
insecto). Uno de ellos lleva una chaqueta de tweed que conoció mejor vida en
los años 80. Bajo su “huesudo” (por llamarlo de alguna manera) brazo, lleva un
cartón enorme de cuyo contenido nos enteraremos ipso facto. El otro lleva una
cámara al hombro para retratar el momento. Luce una chaqueta azul celeste y una
camisa beige con la mitad por dentro del pantalón y la otra mitad por fuera
porque, al parecer, no se decidía. Son un cuadro.
El de la chaqueta de tweed se saca el cartón de debajo del
sobaquillo y vemos que se trata de un cheque por valor de muchos millones de
euros. Informa a la señora que le ha abierto de que ha ganado el gran premio y sugiere
que entren todos en casa para celebrarlo.
Sale el marido, porque se ve que ella, al ser mujer y, por
ende, un poco lela, no puede lidiar sola con un par de mosquitos. Con cara de
chulito, el marido les informa a los infames reporteros falsos que a ellos les
ha tocado uno de estos aparatejos eléctricos que sueltan veneno enchufados a la
pared.
Al ver el percal, los mosquitos salen disparados a su
furgoneta para no volver nunca más; presas del pánico, los pobres. Salen
corriendo, no volando porque o bien no había presupuesto para poner arneses a
los actores o bien el seguro no cubría los gastos en caso de accidente.
Más allá de la tontería de unos mosquitos disfrazados, lo
que le veo a este anuncio es poco rigor científico. Como hija de entomóloga que
soy me considero con autoridad suficiente (lo mismo que los que tienen un
cuñado panadero en Cuenca y por eso son los que más saben de baguettes) para
matizar que las que pican son las hembras así que, puestos a humanizar
mosquitos, yo hubiera puesto dos curvilíneas mosquitas a llamar a la puerta,
pidiéndole al marido usar el teléfono porque han tenido un accidente. Es el
truco más manido de la historia, lo sé, pero no olvidemos que las mosquitas son
curvilíneas, así que la excusa es lo de menos.
En esta ocasión, quien saldría en rescate del marido sería
su mujer, rodillo de cocina en mano, obligando a las busconas de turno a irse
con viento fresco. Ya que le plantamos a la mujer el rodillo en la mano, pues
también le plantamos unos rulos en la cabeza y una mascarilla verde en la cara,
a fin de afianzar el cliché. Los clásicos nunca mueren.
Sí, es igual de estúpido pero, al menos, respeta las leyes
de la naturaleza.
Los que me conocéis, sabéis que no soy yo de quejarme…
Bueno, vale. Sí, soy de quejarme. Me quejo mucho y aun así
nada cambia así que, ¿para qué perder la costumbre? Vengo a quejarme una vez
más.
– ¿De qué?–os preguntaréis, ávidos de información.
– Del calor.
Sí, otra vez. No hace falta que me lo preguntéis. Y me quejo
otra vez porque, según dijeron el otro día, Madrid estaba atravesando la peor
ola de calor de los últimos cuarenta años (eso es más de lo que tiene la bruja,
así que imaginaos el percal) pero que ayer domingo se retiraba.
Yo estaba que daba palmas con los bigotes, pensando que por
fin podría abandonar mi postura “babosil”
y volver a sentarme en el sofá con aires de esfinge egipcia
perdonavidas. Pero la bruja miraba el pronóstico del tiempo y veía que las
temperaturas iban a seguir igual, sin atisbo de cambio.
Y es que resulta que sí, que la ola de calor se iba… pero
que venía otra. ¿Qué clase de broma macabra es esta? ¿Cómo saben ellos dónde
termina una ola y dónde empieza la otra? ¿Se ven a simple vista, como las del
mar? ¿Por qué nos engañan de semejante manera? Hubiese preferido seguir con la
idea de que terminaré derritiéndome hasta que de mí no queden más que las
uñitas descansando en un charquito de sudor en el suelo a haberme llevado una
alegría para que ahora sean mis esperanzas las que descansen en un charquito de
desilusión. (Soy un gato de lo más poético, si me pongo).
Claro está que la bruja no está contenta si no nos echa la
culpa de algo, y dice que si nos pusiésemos cerca del aparato ese que suelta
aire en lugar de estar durmiendo en las superficies peludas del castillito, lo
mismo lo llevábamos mejor.
No digo que no tenga parte de razón pero me juego la ración
de pienso de un día a que, si no nos subiéramos al castillito, andaría
quejándose de que no sabe para qué se gasta el dinero si, total, no lo usamos y
somos unos pordioseros que preferimos jugar con una caja vieja o con una pelusa
antes que con los juguetes súper fashion que nos compra con todo su cariño y
blablablá… Bueno, ya os la imagináis. Más de una vez os he hablado de sus dotes
de Drama Queen.
Total, que no hay quien la entienda. Creo que lo que le
gusta es tener una excusa para estar abroncándonos por algo. Si no, no está
contenta. Claro, como ella no sufre el
calor, tiene energías de sobra para hacernos la vida imposible a los demás.
Dice el consorte que la bruja no disipa el calor. Como no suda (es de otro
planeta, os lo digo yo), la piel se le pone como una estufa de butano y quema
al tacto. De más está decir que en invierno está fría como un témpano.
En casa somos grandes amantes del queso. Me refiero al
producto lácteo, no a que seamos fetichistas de los pies. Por eso, con una
buena tabla de quesos, podemos apañar una cena en un momento y nos sabe a
manjar de los dioses.
Pero hay que reconocer que hay quesos que, por muy ricos que
estén, huelen a mil demonios. Y uno los prueba y los come porque están muy
buenos pero el otro día me dio por pensar que uno los prueba porque ya alguien
te ha dicho que está muy bueno y que lo pruebes pero, ¿qué pasa cuando cierto
tipo de queso se elabora por primera vez?
Los que alguna vez hayáis probado el Appenzeller,
coincidiréis conmigo en que tiene un olor que tira para atrás y te hace pensar
en cualquier cosa menos en algo apetecible. Vamos, que dan ganas de salir
corriendo sin mirar atrás. Pues me imagino que, la primera vez que hicieron ese
queso, o bien estaban intentando hacer otra cosa y el resultado no fue el
esperado, o bien sí intentaban hacer un queso nuevo pero no contaban con que el
olor fuese a ser tan “intenso”, por decirlo de alguna manera. Pues ya hay que
echarle huevos para ir a comprobar tu creación, ver que huele a pies de troll
putrefacto y decir “voy a probarlo, a ver qué tal sabe”. Ole ahí, qué valor. Esos
son los auténticos pioneros que necesita la historia de la humanidad.
Ni qué decir tiene de los quesos que presentan larvas,
gusanos o demás fauna. O sea, tú elaboras un queso y de repente dices “Uy, se
me ha llenado de gusanos. Venga, para adentro que lo que no mata, engorda”.
Vamos, que no lo veo. Y encima te deleitas con tu queso agusanado y le llevas
un trozo a tus vecinos, conminándoles a probarlo bajo la premisa “No os dejéis
amilanar por los seres vivos que habitan en su interior. Eso es proteína pura”
y ahí que se dan todos el gran banquete, sacando unas aceitunitas y un vinito
de la región no sé si para acompañar o para ponerse de vino hasta las trancas y
que ya les den igual los gusanos, los olores y las invasiones extraterrestres.
De más está decir que el amor por el queso no me ha llevado
a probar estas variedades; que una tiene sus escrúpulos y siempre se puede
comer con una pinza en la nariz para evitar los malos olores pero no sé de
dónde sacaría valor para meterme larvas vivas en la boca. Todo tiene un límite.
En resumen, que estas cosas me desconciertan. Supongo que un
día a alguien se le cayó al fuego un grano de maíz y así tuvimos la primera palomita.
Pero es que una palomita es esponjosita, blanquita y prácticamente inodora; no
me extraña que quien las descubriera las probara. Pero el tema de los quesos es
un misterio para mí.
El de hoy no es que sea pesadillesco en sí mismo. No quiero
decir con esto que sea una obra de arte, que tampoco es cuestión de exagerar
pero, si tenemos en cuenta que se trata del anuncio de un juego para móvil,
pues el surrealismo está bastante justificado. Os lo cuento y ahora os explico
por qué lo incluyo como “pesadillesco”.
Estamos en un supermercado y vemos lo que se ve normalmente
en los supermercados: Gente haciendo la compra y productos estratégicamente
colocados en estanterías.
De repente, una señora escucha unos grititos aterradores que
vienen de su cesta. Se trata de las zanahorias, que tienen ojos y aúllan y
tiemblan, presas del pánico. El causante
de tanto alboroto vegetal es un mapache que se pasea a sus anchas por los
pasillos (como al dueño de ese supermercado lo pille una inspección de sanidad,
verás). La gente mira al mapache con
recelo; el mapache gruñe, amenazador; las cebollas y las zanahorias están al
borde del infarto pero, como no podía ser de otra manera, aparece el superhéroe
de turno. ¡El reponedor! Sale de detrás de una cortina plástica y, tras mirar
de mala manera al mapache, le atiza en el morro con una enredadera mágica que
le sale del dedo, provocando su huida. Las fresas y las manzanas festejan el
triunfo, de lo más contentas.
Y con esto termina el anuncio. Repito que, al tratarse de un
juego, se lo podría perdonar pero hete aquí que me recordó un doloroso trance
de mi vida que paso a relatar para ver si logro la tan ansiada catarsis y puedo
pasar página de una buena vez.
¿Recordáis cuando
estaba de moda el Tetris? Sí, así de vieja soy. Recuerdo que jugaba a eso día y
noche y, cuando me iba a dormir, cerraba los ojos y seguía viendo piezas que
bajaban sin piedad y que mi mente iba ordenando de la mejor manera posible a
fin de que no se me amontonaran hasta arriba del todo, lo cual me obligaría a
volver a empezar. Todo ello amenizado con un midi ruso que se metía en la
cabeza y no te soltaba (todavía soy capaz de tararear la musiquilla). En fin,
muchas noches de infierno con la mente alienada por ese invento del demonio. Seguro
que la KGB estaba intentando mandarnos algún mensaje cifrado y nosotros ahí,
apilando fichas inocentemente. Años tardé en desintoxicarme y, por miedo a las
recaídas, no he vuelto a acercarme a un Tetris, por muy de moda que esté lo
retro.
Pues eso. Que este anuncio me ha recordado este trauma que
ya creía enterrado y olvidado para siempre y es por ello que lo tildo de
pesadillesco. De más está decir que me he negado a instalar en el móvil nada
que tenga que ver con alinear caramelitos ni frutas ni nada parecido. Soy
consciente de que tengo que evitar la tentación o volveré a ser abducida y
también veré mapaches y zanahorias chillonas en el supermercado.
El otro día estuvo el consorte muy misterioso largo rato
encerrado en el salón. No nos dejaba entrar ni aunque pusiéramos nuestra mejor
cara de gato con botas, lo cual nos extrañó porque suele ser una cara muy
efectiva.
Cuando la bruja volvió de trabajar (o de hacer el paripé y
poner cara de mujer ocupada para que le paguen), seguían sin dejarnos entrar.
Ambos entraban y salían del salón haciendo unas poses muy extrañas para evitar
que nos colásemos en un despiste.
Por fin, la puerta se abrió y pudimos acceder al interior.
Lo primero que nos llamó la atención fue que nuestra casita, que solía estar al
final del salón, estaba a la entrada, junto a la puerta. Esto nos asombró
sobremanera y es por este motivo por el que estuvimos un rato largo oliendo la casita,
a ver si era la misma de siempre o si nos la habían cambiado. De tanto interés
que poníamos en la tarea de investigación, no nos dábamos cuenta de que lo que
realmente había cambiado estaba en el antiguo emplazamiento de la casita.
En resumen, tenemos juguete nuevo. Uno muy grande. Al
principio me quedé patidifuso al ver semejante cosa en el salón pero enseguida
me dio por ponerme a investigar. A Muchkin, que parece que no pero es más
receloso, le costó más, aunque tengo que reconocer que a estas alturas ya ha
empezado a usar sus técnicas mafiosas para echarme de todas partes. Si me meto
en la cuevita, viene y me echa obligándome a saltar a la camita que está más
abajo. Logrado esto, repite operación hasta que me echa también de la camita.
Vamos, que le cuesta adaptarse pero, una vez que lo consigue, vuelve a ser el
macarra de siempre. No obstante, he de admitir que estoy muy contento. Por una vez en la vida estos
parecen haber acertado. Lo que más me gusta es que ocupa como medio salón y
todo lo que sea robarles parte de su espacio vital, es bienvenido.
Hoy me enrollo poco porque sé que preferís verme haciendo
monerías. Tengo que decir que el castillito contaba con tres ratoncitos
colgantes en total. Digo, “contaba” porque a estas alturas ya me he encargado
de arrancar uno de cuajo. Así que me quedan dos de tres tareas pendientes.
Iba a poneros un vídeo que ilustra estos momentos a la
perfección para que dijerais “ohhhhh” un rato largo pero no ha podido ser
porque salió oscurísimo y apenas ibais a distinguir nada.
Os dejo unas fotos que nos hizo la bruja al día siguiente
con el móvil. La bruja no es precisamente Man Ray, así que las fotos no son la
gran maravilla, pero supongo que valdrán para un breve “ohhh”. De propina, otra
que ha sacado al cacharro entero para que lo contempléis en todo su esplendor.
De verdad, que me está dando miedo esto. Siempre pienso que
nos ha pasado la tontería con tanto premio para arriba y para abajo pero no,
ahí siguen, impertérritos ellos.
En esta ocasión debo “agradecérselo” a Soñadora, del blog
“Soñar es gratis” , a quien a su vez se
lo había pasado Eva y que yo aviso que no voy a pasar para
detener en cierta forma la viralidad y el
sistema piramidal del que parecen nutrirse estos premios.
Dicha esta sarta de borderías, me van a retirar el premio a
bloguera con buen rollo (que no tiene dibujito, ni nada). Soy un poco
asquerosilla cuando quiero, ¿a que sí? Pero es todo fachada. Ya sabéis que
mucho quejarme pero en el fondo me mola que os acordéis de mí, aunque sea
porque me veáis como un blanco fácil.
Dicen que hay que pasarlo a diez blogueras pero, como ya he
dicho, paso de todo. Así que cogedlo si queréis. Por cierto, ¿por qué a diez
blogueras? ¿No hay blogueros masculinos que también tengan buen rollo? Esto es
una discriminación. En fin, voy a responder las preguntitas, que ya que esta
semana no han venido borrachos a la puerta de mi casa ni nadie me ha manoseado
los vasos nuevos, estaba yo sin tema de conversación para hoy.
*¿Por qué decidiste crear un blog? ¿De qué trata?
Nunca me habían hecho esta pregunta, oye… El porqué, pues
porque me apetecía escribir, como expliqué en la primera entrada y porque me
aburría mucho, para qué vamos a negarlo.
De qué trata aún estoy por averiguarlo. Como es un blog
personal, se supone que eso da licencia para que esto sea una especie de cajón
desastre donde entra todo. Hasta mi gato dando la barrila.
*¿Te costó mucho decidir el nombre de blog?
Pues creo recordar que no. Me surgió así, de repente. Está
claro que las prisas no son buenas consejeras.
*¿Cada cuánto publicas un post?
Pues empecé con uno diario; bajé a cinco semanales y ahora
estoy con tres. Ya no soy lo que era.
*Recomiéndame un libro para leer y reseñar
Siempre recomiendo el mismo: “La insoportable levedad del
ser”, así que hoy voy a recomendar otro porque estoy en plan rompedor. Si no lo
habéis hecho, echadle un ojo a “La Historia Interminable”.
Lo de reseñarlo pues ya si os apetece. No seré yo quien os
ponga deberes.
*¿Compartes tus publicaciones en redes sociales? ¿En cuáles?
Pues sí. Las comparto en Twitter, Facebook, Bloglovin y
Google Plus. Aunque estas dos últimas no tienen mérito porque se publican
solitas.
*Si eres escritora. ¿En qué te inspiras al crear tus
historias?; Si eres bloguera ¿Cómo decides el tema del día?
No soy escritora, aunque si hay por ahí algún editor
aburrido que me mire con buenos ojos, que me lo haga saber. Escucho ofertas.
Forlán escribe en su sección lo que quiere él (generalmente
alguna excusa para ponerme verde) así que eso me alivia el proceso
creativo. Para los Anuncios
Pesadillescos también me dan la mitad del trabajo hecho así que podría decirse
que soy una blogger de lo más vaga. Y para los jueves, que es entrada
aleatoria, suelo contar alguna cosa rara que me haya pasado (me pasan muchas,
así que suelo tener material) o bien me dedico a responder preguntitas, como
hoy.
*¿Tienes diferentes secciones en tu blog? ¿Cuál es tu
favorita?
Fijas, tengo dos. “Crónicas Felinas y Anuncios
Pesadillescos”. La de los jueves no la puedo considerar una sección per se.
En Crónicas Felinas no aporto nada. Es todo obra de Forlán,
así que me quedaré con los anuncios.
Aprovecho la oportunidad que este medio me brinda para recordar
que supe tener una sección llamada “Ustedes Dirán”, donde eráis los lectores
los que me proponíais el tema. Pero os pusisteis en plan vago y murió solita.
Esa sección me encantaba.
*¿Qué nos recomiendas de tu blog?
Ya dije un día que el blogroll que tenéis ahí a la derecha.
Los comentarios también están muy bien.
*Cuando reseñas un libro ¿qué criterios usas?
He reseñado poquitos, la verdad. Supongo que uso el criterio
de cualquier lector: si la historia me gustó y que esté bien escrito. Poco más,
la verdad.
*Si escribes, ¿cuáles de todos tus personajes son tus
favoritos? Si no eres escritora ¿Qué personaje es tu favorito ya sea en libros,
series o películas?
Que no, que no escribo. Pues os voy a dar dos. Por un lado,
El Principito porque es taaaan tierno. Por otro lado, Grenouille de “El
perfume” porque es taaaaan… Grenouille.
*Solo si eres escritora, ¿Qué libro de los que has escrito
es el que más aprecias y por qué?
No contesto por motivos obvios.
*Recomiéndame una canción e inserta un vídeo de youtube
Iba a recomendar algo medio serio pero como todos los que
habéis recibido este premio os habéis tomado esta pregunta a cachondeo y con la clara intención de hacer sufrir a los demás, pues
aquí os va mi aporte, que para algo tenemos buen rollo. A ver quién lo aguanta hasta el final...
El de hoy es tan cortito (apenas dura diez segundos) que
estuve hasta planteándome si publicarlo o no, porque me temía que el post se me
fuera a quedar escaso pero es que me quedé tan ojiplática al verlo que no puedo
negarle su derecho ganado por méritos propios a estar en esta sección.
Vemos a una mujer con taconazos sentada en el banquito de
una sala de exposiciones. Bueno, en realidad vemos a una mujer con un taconazo.
Su fiel compañero está abandonado a su suerte al lado de su pie desnudo, el
cual ella se mira con cara de indudable sufrimiento mientras se masajea la
pantorrilla. El porqué de ese masaje en la pantorrilla es un misterio para mí,
porque al parecer lo que le duele es el dedo pequeñito (¿el dedo pequeñito del
pie también se llama meñique?), al que vemos adornado con un callo que tiene
pinta de doloroso. Nos la presentan como “Sara: Víctima de un callo
recurrente”. Eso es una carta de presentación y, lo demás, tonterías. Debería
hacerse tarjetas de visita con esa máxima y utilizar ese dato en su perfil de
“Caralibro”. “Hola, soy Sara. Víctima de
un callo recurrente y, ante todo, persona”.
Me pregunto si habrá alguna asociación de apoyo a las
víctimas de callos recurrentes. ¿Organizarán colectas y crowdfundings de estos
que ahora están tan de moda? Desconozco si saldrán anuncios en la tele
pidiéndote que mandes un SMS mientras vemos la imagen de una mujer con el rímel
corrido de tanto sufrir (la imagen en cuestión tiene que dar pena, mucha pena.
Cuanto más sucia tenga la cara, mejor).
Otra opción para Sara sería incluir esa información en el
currículum. Tal vez la empresa en cuestión la contrate pensando que podrá
desgravar impuestos por tener en plantilla a la víctima de un callo recurrente.
Pero Sara parece no haberse percatado de las múltiples
ventajas que le puede reportar ser víctima de un callo recurrente, porque decide
ponerse una especie de tirita que, según dicen, alivia el dolor y elimina el
callo. Se vuelve a plantar su taconazo y sube unas escaleras dando saltitos.
Ay, Sara. Acabas de renunciar a una vida de privilegios. Habrá quien te vea
como una heroína por haber superado tus
inmensas dificultades pero yo no. Yo te veo como una persona que no sabe ver
las oportunidades que tiene en la vida. ¿Qué vas a poner ahora en tu perfil de
“Caralibro” y en tu currículum? Acabas de cerrarte puertas, Sara. Reconócelo,
tu vida no es tan interesante como para poder prescindir de ese callo tan
alegremente.
Llevar taconazos está muy bien pero cuando los llevas con
dolor es cuando demuestras que realmente estás hecha de otra pasta y que no
temes a las adversidades. Todos podemos ponernos un parchecito y seguir
adelante. Lo verdaderamente valiente es
mirar al dolor a los ojos y gritarle al mundo “Sí, soy víctima de un callo
recurrente”.
Menudo chasco me he llevado contigo. Tú antes molabas, Sara.